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Portraits, 2005 – 2009

On this occasion, the submerged memories are books, which have survived the wash of white paint and have become subtle, anonymous objects, indistinguishable from each other except by their physical characteristics (fatter, taller, more dishevelled, etc.). As a child, or – according to my father – as an ignorant person, would describe them. “The fat, red, squat book”, rather than a reference to the title, or the author, or the contents. As if the artist is seeking to rid herself of all acquired knowledge, as if she would like to erase her imprint on the world and the imprint this world has left on her; as well as all of her past-present- future (there are also many books one buys in the understanding that they are to be read “some day”). As if the written documents books comprise are loaded with a subjective charge which is too heavy and, at the same time, too intimate to get rid of. Therefore, the least painful action was to neutralise that charge, “whiten” it, without losing anything since everything, though covered, remains in place.

Present, too, is the fantasy involving the hope that if at any time she wishes to rescue any of those memories, it will be possible to do so. At the end of the day, they are merely covered in a white, innocent and delicate veil of white paint, which, although it seems to have seeped into the paper, is still superficial. The book, the submerged memory, continues to exist beneath it, and, whitened, catches the eye far more readily. These libraries are no longer shelves filled with books, but warehouses containing Patricia Bentancur’s memory.

En esta ocasión, las memorias sumergidas son libros, supervivientes del baño de pintura blanca, vueltos objetos sutiles, anónimos, indistinguibles unos de otros, a no ser por sus características físicas (más gordos, más altos, más despeinados, etc). Al modo en que los describen los niños –o, según mi padre, los ignorantes. “El libro rojo, gordo y petiso”, en lugar de mencionar el título o el autor o el contenido. Como si la artista buscara desprenderse de todo saber adquirido, como si quisiera borrar su huella por este mundo y la huella que este mundo ha dejado en ella, además de todo su pasado-presente-futuro (porque también hay muchos libros que se compran a sabiendas de que son para leer “algún día”). Como si los documentos escritos que son los libros portaran una carga subjetiva demasiado pesada y, a la vez, demasiado entrañable como para deshacerse de ella. Por eso, lo menos doloroso era neutralizar esa carga, “blanquear” sin perder nada, ya que todo queda en su lugar, pero cubierto.

Y está presente también la fantasía de que, si en algún momento se quiere rescatar alguna de esas memorias, es posible hacerlo. A fin de cuentas, sólo están cubiertas por un velo blanco, inocente y delicado de pintura blanca, que aunque parezca embebida en el papel, no deja de ser superficial. Por debajo sigue estando el libro, la memoria que se sumergió y que, blanqueada, llama mucho más la atención. Estas bibliotecas ya no son unos estantes con libros, sino los almacenes de la memoria de Patricia Bentancur.

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